martes, 29 de septiembre de 2009

EXORCISMO



Esta es una excelente oportunidad de apreciar el nivel artístico del cine ruso contemporáneo. Exorcismo (Ostrov es su título original en ruso) no es una película de terror u horror con efectos especiales sangrientos y efectos de sonido enloquecedores. Es, todo lo contrario, una bella película sobre religión, fe, guerra y política en uno de los países más fríos del mundo: Rusia. En inglés, la película se llama The Island (la isla).
Es una historia conmovedora: en nombre del nazi Hitler, un marinero es obligado a asesinar a su capitán. Luego, el barco que navegaban en aguas rusas es derribado y hecho estallar. Eso ocurre en 1942, en tiempos de la Segunda Guerra Mundial, obviamente. Treinta años después, el marinero aquel de nombre Anatoli se ha convertido en un santón, en un santo varón cuyas reacciones ante la gente que lo busca para remediar sus penas varía según el pecado y el pecador. En una estructura narrativa cabalística, siete pecados y pecadores son expuestos: una joven que planea abortar, él le dice que no lo haga, que el bebé será su única compañía y razón de vivir; una mujer que se cree viuda y que en realidad fue abandonada, él le dice que se vaya a Francia a darle consuelo al marido arrepentido; una madre cuyo hijo no puede caminar, él le cura y la regaña por no querer faltar al trabajo al día siguiente, en vez de dar gracias a Dios; y así por el estilo. Con sus ejemplos de voto de pobreza, Anatoli consolida su fama de santo en el remoto norte ruso donde se dedica a mantener las calderas funcionando con carbón. Lo acusan de bromista, guasón. En efecto lo es, pero maneja un discurso argumentativo impecable dentro de la lógica cristiana ortodoxa rusa.
Lo más relevante es quizá el desenlace, ricamente tramado. Es también la oportunidad para apreciar la belleza del paisaje aparentemente desolado pero rico en matices, colores, contrastes. El aliento poético de las pausadas escenas donde se aprecian la textura de la nieve, el movimiento de los copos que caen, el sonido del agua y el viento, te hacen sentir allí en el lugar de los hechos. En la isla, Anatoli dialoga con Dios y se adelanta a los hechos, aunque no del todo. Llega una joven poseída por un demonio (la esquizofrenia, diríamos otros… o la bipolaridad). Pero esa joven es la hija que retorna como un fantasma, de aquel guapo capitán hoy convertido en una copia del famoso Boris Yeltsin. Esto es, ambos sobrevivieron y el pecado mostrado es la capacidad de sacrificar al otro, como víctimas del nazismo que fueron. La manera en que se muestra la reconciliación de estos dos seres humanos parece fría, y sin embargo, es ejemplar.
Para rematar, este extraordinario filme nos presenta la planeación del propio funeral para Anatoli, cuya música coral, ya de fama mundial, es estremecedora. La película expone la resistencia ideológica de la fe cristiana ortodoxa rusa en tiempos en los que el socialismo gozaba de buena salud: los setentas, aunque ya el unipartidismo daba muestras de ser un cáncer. Lo asombroso y anecdótico en esta bella película es que, pese a su aparente elogio del fanatismo, está a años luz del absurdo fantaseo de las cintas promedios de Hollywood, que tienen a cierto público ya no fanático, sino incapaz de manifestar emociones u opiniones coherentes.

PEQUEÑO TRAIDOR


Este jueves es muy probable que sea el último día para ver en las salas de nuestra ciudad dos películas muy especiales. La primera se llama El pequeño traidor y está inspirada en una novela intitulada Una pantera en el sótano, del genial escritor israelí Amos Oz. Nació en 1939 en Jerusalén, Palestina y hoy es Israel. Toda su vida se ha dedicado a ser un escritor pacifista cuya creación se entrega a la reconciliación de judíos y palestinos en esa zona tan conflictiva del mundo. Yo sé que es un tema enfadoso para cualquier sudcaliforniano promedio, acostumbrados como estamos a ver en las noticias que del lado israelita hay desarrollo y tecnología, y del lado palestino, ejem… pedradas. El mexicano promedio tiene suficiente con sus problemas de diario como para andar de Madre Teresa de Calcuta de pacifista del Medio Oriente. He aquí la importancia de esta película, que sin complicaciones, nos sitúa en el conflicto desde la perspectiva de un niño de diez años, listo y normal como tantos. Este niño es tan abusado que le apodan “Proffy” algo así como el “profe”, pues sobresale por su mente analítica.
Es 1947 y los británicos tienen ocupada Palestina y México se abstiene, en la Liga de las Naciones, ha decidir si Palestina debe o no ser un país independiente. Es interesantísima esa escena, puesto que vincula las esperanzas de un pueblo con el nuestro, actualmente preparando la gran celebración de un bicentenario con sabor a cobre. El niño Proffy se hace amigo del enemigo, el teniente británico Dunlop, interpretado magistralmente por el excelente actor de origen hispano Alfred Molina. De hecho, uno ve a este actor y se parece al típico señor mexicano alto, panzoncito, de nariz aguileña y mirada pícara. La amistad entre este hombre y el niño es conmovedora por el interés compartido por la lengua y religión hebraica. La película, que aboga por una Palestina multicultural, es una producción hebrea o israelita. Lo cual, de entrada, es inusual en nuestra pantalla. Escuchamos así diálogos en lengua palestina, hebrea e Inglés, principalmente.
Lo curioso es que el niño termina por simpatizar más con el liberalismo de su amigo inglés que con la radical postura de su familia y barrio. Sus compañeros no sólo critican su amistad con un británico, si no que le hacen la vida imposible, le aplican la ley del hielo, incluyendo su propio maestro (¡!). Pero, afortunadamente, hay un giro y no todo es malo en la vida del chico que, una vez que el británico es removido, conoce el amor a través de una sensual vecina que le lleva diez años y otra de su edad.
Es una historia sencilla balanceada entre drama y comedia. Su final es realista, nos ubica en la época en la que hoy vivimos, en la que afortunadamente la tolerancia es un valor inculcado y promovido, aunque a la hora de la hora, no es tan fácil llevarlo a la práctica. Entre otros premios, Amos Oz ha recibido el Premio Goethe en 2005 y el Príncipe Asturias de las Letras en 2007. Escritor muy recomendable en estos tiempos en los que parece que la solidaridad con los desposeídos nomás es de los dientes para afuera. Una excelente recomendación de cine internacional en nuestra ciudad.