lunes, 11 de enero de 2010

Brüno


No te pierdas esta descabellada comedia creada por Sacha Baron Cohen, el mismo que hizo Borat, y dirigida por Larry Charles, quien también hizo Reli-qué? Brüno es un reportero gay obsesionado con la fama: tras ser puesto en la lista negra de espectáculos en Europa, se traslada a Los Ángeles con su fiel paje, quien está dispuesto a todo con tal de conseguir el viejo anhelo de su jefe, consistente en ser famoso mundialmente, tanto como Hitler, enuncia provocadoramente este personaje loco y abstruso, que intenta fusionar carcajada con el progresismo intelectual del Occidente liberal. Cómo la ves?
Con una rapidez asombrosa a ritmo de música electrónica dance-trance, power energy house y demás remixes de discoteca, Bruno escandaliza allí en los territorios más absurdos e inesperados, como lo es un desfile de modas echado a perder por su culpa en un traje de velcro, provocando que toda la tela se adhiera a él; también provoca asombro por su desfachatado cinismo (dijo la viejita de rebozo) al presentar escenas de sexo con su novio, un pigmeo que parece hijo de Tatú aquel del de La Isla de la Fantasía, juar juar. Cuando aparecen experimentos con glúteos algunos miembros del público empiezan a sentirse algo incómodos, pero ya el colmo es cuando aparece su turgente miembro girando en todas direcciones cual brújula. Allí es cuando mucha gente empieza a levantarse de su asiento y dirigirse hacia la salida de emergencia. Yo, por más intentos que hice por persuadirlos de ver el lado provocador de dicha comedia, no pude levantarme de mi asiento y opté por seguir carcajeándome.
Supongo que el protagonista ha recibido comentarios de que en La Paz, algunos miembros de la audiencia consideraron inaudito e insólito que una comedia con clasificación C mostrara glúteos y penes en un variado rango de ángulos y posturas. Supongo que entre los médicos que asisten al protagonista podrán devolverle el sueño y aminorar tanto su preocupación como su angustia y zozobra. Zobradas razones para seguirse carcajeando en la pantalla y fuera de ella, jé.
No faltan la obligada mención a los mexicanos como sirvientes incondicionales de los Estados Unidos, fungiendo como sillas o charolas vivientes al realizar una entrevista a Paula Abdul, quien se marcha indignada, al estilo te caché. Al final, el mexicanito de bigote, un señor que parece que todo mundo lo conoce en México, funge como sillón del piano de Sir Elton John. Sólo esperamos que quien se queje de esta afrenta al orgullo nacional sea capaz de pagarle a ese mexicanito lo que le pagaron como extra.
Lo de México es nada en comparación con la conferencia sobre el conflicto entre Israel y Palestina, que sirve de pretexto para lanzar al mundo una horrible canción cursi al máximo sobre la paz mundial. Sorprende que quienes lo acompañan en el estudio sean realmente Elton John, Slash el de Guns´n´Roses, Bono el de U2, Chris Martin de Coldplay, entre otros miembros de la realeza rockera angla y que además son, algunos de ellos, enemigos irreconciliables. Já, otros rasgo genial a favor de Brüno es su burla al racismo negro.
Pero mi secuencia favorita será sin duda cuando, en pleno Arkansas, Brüno finge ser un gay convertido en homófobo en un espectáculo de lucha libre, y su fiel paje reaparece: el show que a continuación dan hace que el público fanático llore de la desesperación. MB!

El arte de llorar en coro


Si les digo a mis lectores que hay una región de Dinamarca llamada Jutlandia, a algunos les sonará chistoso. No es Juliantla, la de Joan Sebastian, já. Esta es una zona muy provinciana de la serena y bella Dinamarca, un país sin montañas, bastante frío, nórdico, lleno de cosas ricas que hacen daño al corazón: mantequilla, tocino, galletas. Se acuerdan de los Helados Danesa en el malecón? Pues bien, qué mejor manera de iniciar 2010 que con una deleitable cinta de procedencia danesa, que recibió múltiples premios de la crítica y el público en los grandes festivales internacionales de cine.
El título original es Kunsten at graede i kor y en inglés la intitularon The Art of Crying, esta vez, el título en español es especialmente acertado: El arte de llorar hubiera sido un chantaje melodramático; en cambio, El arte de llorar en coro (a coro, dirían algunos puristas) se acerca a la intención poética descriptiva de esta historia. Como en tantas familias disfuncionales de este planeta, la familia del niño Allan, de once años, finge ser feliz pero no lo es: el principal problema es el padre, siempre deprimido porque su negocio como lechero va a pique. Se instala en el chantaje y baja a la sala llorando, amenazando con matarse, hasta que su hija de catorce años baje a consolarlo.
Yo, que no soy tan malpensado, de inicio no vi nada extraordinario o preocupante en que la chica adolescente, rubia preciosa como muñeca, bajara de su cuarto a calmar a su padre. Pero ya que se volvió una conducta recurrente, uno, cual arzobispo irlandés, no puede más que sospechar que allí había gato encerado, o encerrado, cómo se dice? Como nota amarillista de oaxaquitas en Los Cabos, así también en Dinamarca. ¡Qué escándalo!
Ello motiva la huida del hogar del chico mayor. En contraste, Allan no atina a entender el porqué su hermana odia al padre. Lo más sorprendente es que el niño, en su extrema inocencia y devoción al padre, espía a la hermana para aprender y así imitarla y cumplir su rol de consolador del padre chantajista, quien no lo rechaza, además.
Esta película no es tremendista, y de hecho, la primera parte transcurre cual divertimento con coqueteos de realismo mágico cuando el padre participa como orador en funerales del villorio y calma así sus ímpetus suicidas, provocando con sus discursos de nobles palabras que la gente llore. La esposa le recrimina creerse Jesucristo, evangelizando. Va así una elocuente crítica a los falsos discursos de doble moral. La segunda parte del filme, sin volverse pesadillesco, adquiere un tono de madurez dramática que ya quisiera Hollywood por lo menos un fin de semana!
El niño poco a poco va descubriendo que su padre es un chantajista, pese a que lo admira y adora, y hay entre ellos una especie de complicidad asesina que provoca sonoras carcajadas por parte del público. Se trata así de una experiencia única, una comedia negra que muestra de manera amable una de las peores facetas de tan civilizado país nórdico. Sobresalen las actuaciones sobrias que viran del drama al humor en un instante de brillante inteligencia.
El final es desconcertante, porque en vez de recibir un castigo ejemplar, el padre es perdonado por el pueblo, por la sociedad, por el niño, y uno no sabe si reír o llorar.