lunes, 11 de enero de 2010

El arte de llorar en coro


Si les digo a mis lectores que hay una región de Dinamarca llamada Jutlandia, a algunos les sonará chistoso. No es Juliantla, la de Joan Sebastian, já. Esta es una zona muy provinciana de la serena y bella Dinamarca, un país sin montañas, bastante frío, nórdico, lleno de cosas ricas que hacen daño al corazón: mantequilla, tocino, galletas. Se acuerdan de los Helados Danesa en el malecón? Pues bien, qué mejor manera de iniciar 2010 que con una deleitable cinta de procedencia danesa, que recibió múltiples premios de la crítica y el público en los grandes festivales internacionales de cine.
El título original es Kunsten at graede i kor y en inglés la intitularon The Art of Crying, esta vez, el título en español es especialmente acertado: El arte de llorar hubiera sido un chantaje melodramático; en cambio, El arte de llorar en coro (a coro, dirían algunos puristas) se acerca a la intención poética descriptiva de esta historia. Como en tantas familias disfuncionales de este planeta, la familia del niño Allan, de once años, finge ser feliz pero no lo es: el principal problema es el padre, siempre deprimido porque su negocio como lechero va a pique. Se instala en el chantaje y baja a la sala llorando, amenazando con matarse, hasta que su hija de catorce años baje a consolarlo.
Yo, que no soy tan malpensado, de inicio no vi nada extraordinario o preocupante en que la chica adolescente, rubia preciosa como muñeca, bajara de su cuarto a calmar a su padre. Pero ya que se volvió una conducta recurrente, uno, cual arzobispo irlandés, no puede más que sospechar que allí había gato encerado, o encerrado, cómo se dice? Como nota amarillista de oaxaquitas en Los Cabos, así también en Dinamarca. ¡Qué escándalo!
Ello motiva la huida del hogar del chico mayor. En contraste, Allan no atina a entender el porqué su hermana odia al padre. Lo más sorprendente es que el niño, en su extrema inocencia y devoción al padre, espía a la hermana para aprender y así imitarla y cumplir su rol de consolador del padre chantajista, quien no lo rechaza, además.
Esta película no es tremendista, y de hecho, la primera parte transcurre cual divertimento con coqueteos de realismo mágico cuando el padre participa como orador en funerales del villorio y calma así sus ímpetus suicidas, provocando con sus discursos de nobles palabras que la gente llore. La esposa le recrimina creerse Jesucristo, evangelizando. Va así una elocuente crítica a los falsos discursos de doble moral. La segunda parte del filme, sin volverse pesadillesco, adquiere un tono de madurez dramática que ya quisiera Hollywood por lo menos un fin de semana!
El niño poco a poco va descubriendo que su padre es un chantajista, pese a que lo admira y adora, y hay entre ellos una especie de complicidad asesina que provoca sonoras carcajadas por parte del público. Se trata así de una experiencia única, una comedia negra que muestra de manera amable una de las peores facetas de tan civilizado país nórdico. Sobresalen las actuaciones sobrias que viran del drama al humor en un instante de brillante inteligencia.
El final es desconcertante, porque en vez de recibir un castigo ejemplar, el padre es perdonado por el pueblo, por la sociedad, por el niño, y uno no sabe si reír o llorar.

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