Australia
Con la crisis global que ya se sentía venir, Australia, nada tonta, se ha puesto el huarache mucho antes de espinarse. Esto es, esta cinta tiene múltiples propósitos benignos: que la gente como tú y como yo soñemos con ir algún día a visitar aunque sea como turistas la gran isla continente y comprobar que los canguros poseen una gracia marsupial ineludible; que es un territorio fascinante, enorme, árido, inusual, desconcertante, apabullante, fotogénico, cuya población se gana el pan de cada día con dignidad. Los japoneses que vean esta cinta que dura tres horas (en esto se parece a Benjamin Button), verán la problemática secuencia de guerra en la que Japón bombardea el puerto australiano de Darwin, durante la Segunda Guerra Mundial. No me pregunten por qué una guerra tiene que ir con mayúsculas, porque responderé que para que nadie olvide sus duras lecciones. Tercer punto relevante: la cinta desenmascara el terrible mal del racismo latente en la naturaleza humana. Los aborígenes y mestizos australianos sufrieron las de Caín y Abel (porque Abel también sufría, ¿qué no?) por parte de algunos insensatos que aseguraban que en su negrura radicaba instintivamente el mal moral.
Hay quien se atreve a sugerir que la actuación de Nicole Kidman es tiesa, cuando precisamente el personaje evoluciona de una tiesura tipo Sonia Infante a un desenvolvimiento tipo María Félix. Bueno, de veras que hay gente que nomás le gusta hablar mal por hablar. Su colega, el galán Hugh Jackman, hace el papel de Drover, oficio que consiste en trasladar el ganado a galope. El personaje de Kidman es Lady Sarah Ashley, inglesa que enviuda en Australia. En la vida real, Kidman es una australiana que nació en Hawai pero que la mayor parte de su vida la ha vivido en Australia.
Australia es una nación de inmigrantes cuyo censo revela que tiene 21 millones de almas viviendo allí, un cuarto de la población es de fe protestante y el otro cuarto son católicos, y se llevan bien. No son enemigos ni ponen calcomanías en sus casas de intolerancia bajo el amparo de la Virgencita de Guadalupe. Están tan lejos de los demás, que no se andan por las ramas a la hora de organizar los juegos olímpicos. Su nuevo primer ministro, Kevin Michael Rudd es un rubio inteligente, que habla chino con fluidez, y que ha intervenido públicamente para pedir al gobierno chino respete a los tibetanos (lo cual está en chino). Kevin Rudd es mi ídolo, pues también sigue defendiendo públicamente a las víctimas de los horribles abusos sufridos por los aborígenes australianos durante décadas.
Uno no puede dejar de vincular la riqueza de esta historia, Australia, el filme, con el devenir cinematográfico de nuestra nación. Cuando se nos ha dado la gana, se defienden los derechos indígenas a través del aburrido cine panfletario, o peor aún, del melodrama ridículo tipo Tizoc, María Candelaria, o la comedia baratita de la India María, ¡aunque por lo menos NO evitan el tema! Cuando en México se acabe la censura, indios y mestizos exorcizarán sus demonios y el gobierno tendrá que pedir disculpas por el abuso de pensar que merecen menores salarios que los criollos o que no tienen iguales capacidades para dirigir el país. Cómo nos hace falta otro Benito Juárez pero que no sea el Gober Precioso, porque ahí sí que el mestizaje resultó distorsionado. Por lo pronto, te recomiendo esta película que intenta reconciliar la culpa de un pueblo dividido por el color de su tez. Se vale llorar cuando el niño canta y se sacrifica por su madre adoptiva.
Con la crisis global que ya se sentía venir, Australia, nada tonta, se ha puesto el huarache mucho antes de espinarse. Esto es, esta cinta tiene múltiples propósitos benignos: que la gente como tú y como yo soñemos con ir algún día a visitar aunque sea como turistas la gran isla continente y comprobar que los canguros poseen una gracia marsupial ineludible; que es un territorio fascinante, enorme, árido, inusual, desconcertante, apabullante, fotogénico, cuya población se gana el pan de cada día con dignidad. Los japoneses que vean esta cinta que dura tres horas (en esto se parece a Benjamin Button), verán la problemática secuencia de guerra en la que Japón bombardea el puerto australiano de Darwin, durante la Segunda Guerra Mundial. No me pregunten por qué una guerra tiene que ir con mayúsculas, porque responderé que para que nadie olvide sus duras lecciones. Tercer punto relevante: la cinta desenmascara el terrible mal del racismo latente en la naturaleza humana. Los aborígenes y mestizos australianos sufrieron las de Caín y Abel (porque Abel también sufría, ¿qué no?) por parte de algunos insensatos que aseguraban que en su negrura radicaba instintivamente el mal moral.
Hay quien se atreve a sugerir que la actuación de Nicole Kidman es tiesa, cuando precisamente el personaje evoluciona de una tiesura tipo Sonia Infante a un desenvolvimiento tipo María Félix. Bueno, de veras que hay gente que nomás le gusta hablar mal por hablar. Su colega, el galán Hugh Jackman, hace el papel de Drover, oficio que consiste en trasladar el ganado a galope. El personaje de Kidman es Lady Sarah Ashley, inglesa que enviuda en Australia. En la vida real, Kidman es una australiana que nació en Hawai pero que la mayor parte de su vida la ha vivido en Australia.
Australia es una nación de inmigrantes cuyo censo revela que tiene 21 millones de almas viviendo allí, un cuarto de la población es de fe protestante y el otro cuarto son católicos, y se llevan bien. No son enemigos ni ponen calcomanías en sus casas de intolerancia bajo el amparo de la Virgencita de Guadalupe. Están tan lejos de los demás, que no se andan por las ramas a la hora de organizar los juegos olímpicos. Su nuevo primer ministro, Kevin Michael Rudd es un rubio inteligente, que habla chino con fluidez, y que ha intervenido públicamente para pedir al gobierno chino respete a los tibetanos (lo cual está en chino). Kevin Rudd es mi ídolo, pues también sigue defendiendo públicamente a las víctimas de los horribles abusos sufridos por los aborígenes australianos durante décadas.
Uno no puede dejar de vincular la riqueza de esta historia, Australia, el filme, con el devenir cinematográfico de nuestra nación. Cuando se nos ha dado la gana, se defienden los derechos indígenas a través del aburrido cine panfletario, o peor aún, del melodrama ridículo tipo Tizoc, María Candelaria, o la comedia baratita de la India María, ¡aunque por lo menos NO evitan el tema! Cuando en México se acabe la censura, indios y mestizos exorcizarán sus demonios y el gobierno tendrá que pedir disculpas por el abuso de pensar que merecen menores salarios que los criollos o que no tienen iguales capacidades para dirigir el país. Cómo nos hace falta otro Benito Juárez pero que no sea el Gober Precioso, porque ahí sí que el mestizaje resultó distorsionado. Por lo pronto, te recomiendo esta película que intenta reconciliar la culpa de un pueblo dividido por el color de su tez. Se vale llorar cuando el niño canta y se sacrifica por su madre adoptiva.
Concuerdo con la reseña que realizaste, solo añado que en momentos me sentí que se calcó el estilo del cine de los años 50´s, la imagen del protagonista bañándose , los besos en primer plano y el melodrama estirado que nos conduce inevitablemente al chillido sutil...en fin es una cinta para disfrutarse sin sentir su duración hasta que aparecen los Japoneses, que por cierto los hacen aparecer (como en las cintas de la pos-guerra) como ,los malos malos... Saludos
ResponderEliminarCarlos Cáceres
En efecto, es curioso lo de los japoneses. Tomando en cuenta que Japón es un gran inversionista y turista en Australia, sorprende la visión. Pero claro, es para que los nuevos japoneses también se sorprendan de lo malo que fueron y peor les fue en Hiroshima, para luego resurgir cual Mishima.
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