domingo, 13 de diciembre de 2009
Los fantasmas de Scrooge
Esta semana, y hasta este miércoles tendrás la oportunidad de disfrutar esta maravillosa película sobre Navidad que en inglés lleva el título original de A Christmas Carol, o sea, Un cuento de Navidad, lo cual nos remite a la novela escrita en 1843 por el inglés Charles Dickens. Claro que en ese entonces, el exitazo que causó dicha historia era por entregas, publicada por periódicos como el que ahorita estás leyendo. Qué tiempos aquellos. Dickens tenía apenas 30 años cuando publicó este bello cuento de Navidad, en el que el principal personaje, Scrooge, es visitado por tres fantasmas: la Navidad del pasado, del presente y del porvenir. De ser un ancianete amargado, avaro y vil, se transforma en un ciudadano gentil y buena onda, tipo Teletón y hasta más.
Charles Dickens, Carlitos para sus cuates, nació en Inglaterra en 1812 y murió en 1870. Fue el escritor más influyente de la Era Victoriana, que impuso cierta modernidad muy conveniente al imperio británico por abogar por una moral (no doble) al mismo tiempo que una reforma social. Dickens en sus novelas no abogaba por cierta superioridad, el coco de los anglófobos, sino precisamente por las reformas que atendieran problemas sociales tales como la pobreza, la orfandad, la prostitución, la delincuencia y la demencia, no a palos sino con comprensión por parte de las instituciones laicas involucradas. Esto es, que la Iglesia colaborara, pero también los negocios, todo para el bien común. Es impresionante el énfasis que el visionario Dickens puso en la ciudad como nuevo eje de las relaciones humanas: nido de dramas y tramas que aún hoy sorprenden por su claridad narrativa y estilo que concilia a la ficción con la realidad. Algunos escritores latinoamericanos apenas están cayendo en cuenta de su vigencia y saludable, visionaria perspicacia.
Sobresale el multitalentoso Jim Carrey con múltiple voces y personajes en esta cinta de animación 3D de Robert Zemeckis, el mismo director de la serie Regreso al futuro y El expreso polar. Jim Carrey no goza de todas las simpatías del exigente público mexicano, a la hora de reírse en una comedia. Por eso me interesa defenderlo, porque pese a la injustificada antipatía que muchos sienten por él (sus muecas exageradas, su dentadura y visajes de lunático), allí mismo radica su genialidad. Es el cómico norteamericano, orgullosamente canadiense, además, aunque tenga doble nacionalidad, que ha incorporado las muecas típicas de los cómicos mexicanos como Tin Tan y Cantinflas, a Hollywood. También es el actor que en apenas una docena de años ha hecho crecer su salario con tres ceros: de 25 mil que cobraba por episodio en 1990, para el 2003 ya le pagaban 25 millones por película (igual que a ti y a mí con el aguinaldo, ¡haz de cuenta!).
Nacido en una familia pobre que vivía en un camper y tenía que trabajar limpiando baños para sobrevivir, un dato que muy pocos saben es que el inquieto e imparable niño Jim Carrey dormía con sus zapatos de tap con la única finalidad de hacer reír a sus deprimidos padres en la mitad de las frías noches canadienses. La vocación de Jim Carrey por hacer reír al mundo con sus payasadas se acerca a la santidad y realmente merece mayor comprensión. Pero ya no le sigo porque al rato lo van a querer beatificar y para eso, Juan Dieguito.
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