lunes, 7 de diciembre de 2009

Secreto de familia


Bien sabemos de lo progresista que es la sociedad canadiense, a pulso se han ganado su reputación como una sociedad justa y equitativa, justo nuestro talón de Aquiles. Aquí les va una excelente película franco-canadiense, Le Secret de ma mère, o sea, El secreto de mi madre: hay que ver hasta qué punto Almodóvar tiene influencia en el cine mundial, que este título fusiona dos películas hechas originalmente por él: La flor de mi secreto y Todo sobre mi madre. A manera de comedia, esta cinta quebequense ilustra las recientes transformaciones sociales que han afectado a la parte francesa del Canadá, sobre todo desde 1970 a la fecha.
El funeral del padre sirve como detonante para escarbar al interior de una típica familia de Montreal que experimentó las revueltas por la autonomía francófona, reprimidas por la policía y que marcó para siempre el porvenir de Quebec y para bien: una sociedad abierta al bilingüismo, a la economía competitiva, a las reformas gubernamentales liberales, y suspiro, pues pese al Tratado de Libre Comercio de México con nuestros vecinos del norte, apenas si hablamos el español (¡!), sólo sabemos de monopolios y todavía tenemos que chutarnos manifestaciones a favor de la vida (¡!): alguien les podrá decir a esas doñas que la especie humana no está en peligro de extinción como para andar defendiendo fetos no deseados? Que la miseria NO es vida? Y que si parir fuera privilegio de los machos, el aborto desde cuando sería legal?
Volviendo a nuestra querida película francocanadiense, la película exorciza sus demonios más asequibles, desde la sombra católica: el síndrome del padre ausente, mujeriego y mantenido; lo sano de esta comedia dramática o drama cómico es que los francocanadienses observan el fenómeno y no se sorprenden mucho ni hacen tanto aspaviento ni se rasgan las vestiduras. Poco a poco se van insinuando una serie de deslices que evidencian las tolerancias sociales más comunes: en torno al alcohol y las infidelidades, que llegan a su punto culminante en el incesto entre primos y la decisión de dar al bebé producto, sano y bello, en adopción.
Esos temas, en México, son tratados con guapachosa picardía en canciones tales como las del Soruyo y el Sirenito, que reflejan el cariz festivo de nuestra idiosincrasia. Pero si se indigna la contraparte femenina del uso y abuso a su potestad, suele acudirse tarde o temprano a la Virgencita para que brinde resistencia a tanto atropello a su dignidad. En cambio, en el Canadá francés y su clima gélido, no hay muchos santos a los que acudir ni mucha fe en milagritos o santos remedios. Quizá es en este aspecto que la brecha cultural entre ambos países comienza a delinearse cual Falla de San Andrés. La chica protagonista llora en la nieve y se le congelan las lágrimas al instante (estamos hablando de varios grados bajo cero, no de la Sierra de la Laguna), y termina aceptando las bromas de la realidad familiar con un dejo de madurez entre resignación y sabiduría. Se agradece: no hay reproches, ni gritos ni intentos de suicido con sabor a piloncillo… en cambio, ejem, para esos entuertos, del lado mexica hay quien se regocija en mostrar el cobre en plan diva o fanfarrón. Muy recomendable.

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